MEMORIAS DE UN ÁNFORA
Desde que el mundo tiene memoria, una ola regresa cada año a la isla del Fraile.
No falla. No olvida.
No es solo agua:
es testigo, archivo, viajera.
Cada año retorna, no igual,
sino plena de lo que ha visto.
En su espuma cabalgan
las sombras de los delfines,
el canto dormido de las ballenas y la caricia de un pulpo que soñaba
bajo las estrellas.
Trae sal de antiguos naufragios, corales que escucharon plegarias,
las voces de los peces
que una vez temieron la red del hombre
y luego bailaron libres.
Cuando se quiebra contra la roca,
no se rompe: recuerda.
Y en su estallido,
una parte de todo lo vivido queda impregnado en un ánfora invisible,
como lo hacían los antiguos romanos, cuyo Garum,
guardaba la esencia salada del Mediterráneo.
Cada estación, al filo del aurora,
retorna fiel, sin tregua ni desvío,
y ruge en su embestida soñadora
la crónica sin fin del mar bravío.
La isla escucha.
El mar recuerda.
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